¿Hacen daño las caricaturas?
Águila y sol febrero 2001
¿Hacen daño las caricaturas?
No. Estimulan la imaginación
Naief Yehya
Despreciar a las caricaturas es equivalente a negar el poder que el rock ha tenido durante los últimos 45 años para capturar el zeitgeist de una era.
Las caricaturas, como otras formas de arte popular, sirven como un termómetro incomparable del espíritu de los tiempos. Antes que la alta cultura entienda y valore las modas, corrientes e ideas dominantes de su momento histórico, el cómic, el cine y la música popular suelen descifrarlas, ponderarlas y a menudo ridiculizarlas. Al hablar de las caricaturas debe quedar claro que hablamos de un universo creativo inmenso, de una diversidad y riqueza expresiva apabullante, que va desde la irreverencia flameante de los hermanos Max y Dave Fleischer hasta la seducción provocadora del manga, pasando por el conejo Bugs, Batman y Los Simpson.
Años antes de la revolución francesa hubo una verdadera explosión de viñetas obscenas donde se representaban a miembros de la nobleza y el clero en situaciones sexuales, éstas antecedieron a la explosión de violencia, la revitalización ideológica y la ruptura con las tradiciones que dio lugar a la modernidad. No fueron estos dibujos los que propiciaron la insurrección, sólo reflejaron el ánimo dominante de las masas. A partir de entonces, numerosos artistas en Occidente desde Goya hasta Linchenstein y en Oriente buscaron maneras innovadoras para contar historias con la ayuda de imágenes y en ocasiones textos. Con la aparición de nuevos medios audiovisuales como el cine y luego la tv llegaron los dibujos animados y con ellos un vasto arsenal de nuevos recursos para contar historias.
En numerosas ocasiones las caricaturas fueron señaladas por conservadores y censores como culpables de la disolución moral de las sociedades, de instigar al crimen y la desensibilización humana, de rebajar los estándares de la cultura y contribuir al clima de violencia imperante.
En 1954 se publicó el rabioso alegato anticómic Seduction of the Innocent (Rinehart, Nueva York) del psiquiatra Fredric Wertham, quien argumentaba que leer cómics conducía a los jóvenes a cometer delitos que iban desde el asesinato hasta la mala ortografía, además afirmaba que cada viñeta era un compendio de símbolos sexuales subliminales. Antes de ésta, una jihad semejante se desató contra el cine de Hollywood y motivó a los productores a autoimponerse el famoso código Hays para autocensurarse. Y tiempo después la infame comisión Meese pasó por encima de toda evidencia científica para declarar que la pornografía era un peligro social.
En cada una de estas cruzadas puritanas los defensores de la moral fueron incapaces de ofrecer evidencias sólidas de la relación entre los males y sus supuestas causas más allá de percepciones a priori y uno que otro estudio sesgado y manipulado. Nunca se ha probado de manera definitiva el vínculo entre violencia y caricaturas más allá de dudosos estímulos de corto plazo, jamás se ha podido disociar la influencia de las caricaturas de todas las demás influencias que ofrece el medio ambiente en un número importante de individuos.
Los niños viven y gozan las caricaturas como fantasía y si su entorno real está normalmente anclado en la realidad, el niño no tendrá problema para saber dónde termina la imaginación y comienza el mundo material. El escapismo es perfectamente natural y saludable entre los niños.
Lo grave no es que millones de niños busquen soñar y divertirse en los universos de super héroes con poderes sobrenaturales o en el territorio donde los yunques aplastan una y otra vez al gato Silvestre sin tener consecuencias a largo plazo, el problema es que la realidad de muchos de estos menores es infinitamente más cruda y cruel que cualquier episodio de Itchy y Scratchy. Antes de tratar de condenar a las caricaturas, el rap o los videoclips no debemos olvidar que nuestras reacciones a ellos reflejan nuestra incapacidad de asir y entender las expresiones vitales y palpitantes de una nueva generación cuya cultura nos es ajena.
Naief Yehya es ingeniero civil y cibernauta. Radica en Nueva York. Correo: nyehya@erols.com